Si hay algo que le saca canas verdes al productor agropecuario argentino, más allá del clima o los precios internacionales, es la maraña impositiva. Y dentro de ese laberinto, el Impuesto sobre los Ingresos Brutos (IIBB) se lleva un lugar protagónico. Este tributo provincial, que se cobra en cascada y varía según dónde vendas y compres, es un verdadero dolor de cabeza y un peso pesado en la estructura de costos de producción agro. Hablar de agronegocios en Argentina es hablar de retenciones, percepciones y saldos a favor que, muchas veces, terminan siendo guita inmovilizada que bien podría estar invertida en el campo.
Pero, ¿y si algo empezara a cambiar? En el último tiempo, surgen noticias y debates sobre la necesidad de simplificar este esquema tributario. Iniciativas como la eliminación de regímenes de percepción complejos o la agilización para recuperar saldos a favor, como se ha visto en algunas jurisdicciones, prenden una luz de esperanza. No es solo una cuestión de pagar menos (que siempre ayuda), sino de hacer el sistema más ágil, previsible y menos costoso administrativamente. Para un sector que es motor de la economía nacional, cada traba burocrática es un freno de mano puesto. ¿Estamos ante un posible punto de inflexión para la rentabilidad agropecuaria?
Entender por qué Ingresos Brutos complica tanto al campo argentino requiere mirar su naturaleza. Al ser un impuesto «en cascada», cada eslabón de la cadena productiva y comercial lo va sumando, inflando el precio final sin discriminar valor agregado. Para el agro, esto es particularmente complejo: vendés granos en una provincia, comprás insumos en otra, transportás por varias… y cada una tiene su propia alícuota, sus regímenes de retención y percepción.
El resultado es un caos administrativo. Se necesita dedicar tiempo y recursos (contadores, software) solo para cumplir con las normativas. Peor aún son los famosos saldos a favor. Por los mecanismos de percepción y retención, es muy común que el productor termine pagando de más, acumulando un crédito fiscal contra la provincia que, en la práctica, es dificilísimo y lentísimo de recuperar. Esa plata «parada» es capital de trabajo que no se usa para comprar semillas, fertilizantes, maquinaria o invertir en tecnología agropecuaria. En un contexto inflacionario como el argentino (recordá que hoy es 21 de abril de 2025), ese saldo a favor se licúa día a día. Es, lisa y llanamente, un costo financiero y operativo enorme.
Imaginate un escenario donde presentar y pagar Ingresos Brutos sea más sencillo. Donde no te retengan o perciban montos excesivos que después tardás meses (o años) en recuperar. Eso es lo que busca la simplificación tributaria. Medidas como las que implementó ARBA en la Provincia de Buenos Aires, eliminando percepciones para ciertos contribuyentes y facilitando la gestión de saldos a favor (mencionado en fuentes como iProfesional el 18/JUN/2024 – Nota: esta fecha es del ejemplo original, la información más actualizada podría variar), son un ejemplo concreto.
¿Los beneficios directos para el agronegocio?
La simplificación de Ingresos Brutos no solo beneficia las finanzas directas, sino que actúa como un catalizador para la adopción de tecnología agropecuaria. Cuando el productor tiene mayor disponibilidad de capital y menos carga administrativa, es más propenso a invertir en herramientas que mejoren su eficiencia:
Un sistema tributario más amigable desbloquea recursos que pueden destinarse a esta modernización, fundamental para la competitividad del campo argentino a nivel global.
Más allá de los números fríos, la simplificación de IIBB tiene un impacto humano y productivo enorme. Para el productor, significa:
La simplificación del Impuesto sobre los Ingresos Brutos no es una simple reforma administrativa; es una medida estratégica para liberar el potencial del agro argentino. Reducir la carga burocrática y financiera que representa este impuesto puede traducirse directamente en mayor inversión, más tecnología, mejor competitividad y, en definitiva, más producción y desarrollo. Los pasos iniciales que se ven en algunas provincias son alentadores, pero se necesita una visión más homogénea y federal.
El campo argentino ya enfrenta suficientes desafíos (climáticos, de mercado). Sumarle un laberinto impositivo innecesariamente complejo es un autogol. ¿Estaremos, finalmente, comenzando a desenredar esta madeja para que el motor productivo del país funcione a plena potencia? El futuro de miles de productores y de buena parte de la economía argentina depende de ello.